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Clint Eastwood me desinfló la llanta del carro



Todo comenzó cuando Karina, mi pareja actual, vivía en unos cuartos para estudiantes. Ambos estábamos estudiando la maestría, y yo la visitaba en el auto de mi familia.

Como no se permitían visitas a altas horas, me estacionaba un par de casas más allá, en la esquina, para no levantar sospechas.

Y fue así como me gané el odio de Clint Eastwood. Un señor alto, flaco, con cara de pocos amigos… muy al estilo del protagonista de Gran Torino.

En mi defensa, jamás le bloqueé la entrada. Me estacionaba frente al muro lateral de su casa —una de esas casas largas, de las que solo tienen los viejitos con pensión y buena suerte, en una colonia antigua y elegante de Mérida.

Una noche, al terminar mi visita, salí y vi que una de las llantas del coche estaba desinflada. Me agaché a revisarla buscando un clavo, una piedra, algo... pero nada.

Gracioso. Pero no gracioso de risa; gracioso de raro.

Puse la refacción y me fui a casa.

Al día siguiente la llevé a revisar a la llantera. Diagnóstico: sin daño aparente.

Esto se repitió dos o tres veces más. Siempre tras una visita nocturna a Karina. Siempre en la misma esquina. Siempre sin explicación.

Hay personas que se sienten dueñas de la calle. Clint Eastwood era una de ellas.

Nunca lo vi hacerlo. Pero tampoco tengo dudas.


Gracias por leer.
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